Las Crónicas de Sage Walker

Capítulo 1
La niña del cementerio
Sage Walker colocó dos piedras encima de la tumba de sus padres. Acarició los epitafios con lentitud y sollozó un poco.
A sus catorce años Sage era una joven muy consciente y no dejaba de visitar el cementerio cada año. Su pálida y triste mirada mostraba lo afligida que se ponía cada vez que pensaba en ellos. Milton y Caitlin eran demasiado jóvenes cuando fallecieron. Sage apenas tenía siete años y durante mucho tiempo deseaba que sus padres nunca hubieran salido de viaje.
Sage cerró los ojos, se pasó saliva y soltó unas cuantas lágrimas. Estaba hincada frente a la tumba de Caitlin y Milton Walker cuando escuchó las voces de unas personas en las lejanías. Sage se dio cuenta de que no era la única persona en el cementerio.
Parecía que aquellas personas habían asistido a un funeral. Sage se puso de pie y se acomodó la voina que usaba sobre sus risos rubios. Contempló la tumba de sus padres y se dirigió a ellos como si los estuviera viendo.
—Nos vemos pronto, papá y mamá —Sage se despidió y comenzó a caminar.
Sage avistó varios coches estacionados en la entrada del cementerio. Llevaba los brazos cruzados y observó a todas las personas que salían. Se preguntaba quien era la persona que podría haber fallecido.
Una joven castaña pasó cerca muy cerca de Sage, con el paso bastante rápido, y Sage se detuvo cuando el teléfono le sonó. Miró la pantalla y descubrió un mensaje de texto:
“No se te olvide pasar por la leche al supermercado. Con amor, Alanna”.
Su tía acababa de escribirle y Sage le respondió de inmediato. Se guardó el teléfono y se frotó los brazos cuando sintió un aire frío. Caminó hacia la salida del cementerio con el paso lento.
Su casa quedaba a unos cuantos minutos y, por suerte, su tío Ben Walker le había prestado el coche ese día. Sage volvió a sentir un aire frío y se detuvo al notar la presencia de una niña que estaba sola debajo de unos árboles. Tenía un helado en mano que disfrutaba sin parar. Su mirada estaba puesta sobre la joven castaña que Sage vio momentos antes.
A Sage le pareció tan extraño que aquella niña estuviera sola en el cementerio. Ella pensó que tal vez se había perdido.
—¿Hola? —Sage se acercó a ella con una actitud bastante amable.
La niña no respondió y siguió comiendo su helado. Sage le hizo señas con las manos y llamó su atención de nuevo. Cuando la pequeña, que vestía un saco color vino y una voina negra, se percató de su presencia, Sage le regaló una sonrisa.
—¿Puedes verme? —preguntó la pequeña.
—Claro. ¿Te perdiste? ¿Dónde están tus papás?
La pequeña permaneció callada y puso su mirada muy seria. Sage frunció el ceño y trató de entender la actitud de la niña, que terminó tirando el helado al suelo. Sage se quedó más confundida y dio un paso atrás. La niña le miró de manera fulminante.
—¿Estás bien? ¿Segura que puedes encontrar a tus papás?
—Sí —la pequeña, con un tono serio, levantó su índice e hizo una señalización— allá están.
Sage se giró y vio unos mausoleos, pero no se veía un alma cerca. Cuando regresó su vista a la niña, esta ya no estaba. Sage ensanchó los ojos y caminó unos pasos buscando a la pequeña.
—¿A dónde se habrá ido esa niña?
Sage no podía explicarse como aquella niña desapareció en una fracción de segundos. Su presencia en el cementerio le pareció tan extraña que no pudo explicárselo. Sage se acercó a un matrimonio que se dirigía a la salida del cementerio y, con un tono amable, les preguntó por la niña, pero solo obtuvo una negativa.
Sage estaba preocupada. ¿Qué tal si alguien se había llevado a la niña? Tal vez la arrebataron del lado de sus padres y la dejaron sola, por un momento, y con un helado que no disfrutó. Sage se hizo toda clase de teorías en su cabeza y, después de diez minutos de búsqueda, no logró obtener un solo rastro. Nadie en el cementerio había visto a la niña.
Sage estaba tan intrigada y sabía que su encuentro no era una casualidad. Así era Sage de intuitiva y cuando se obsesionaba con algo no paraba. Se subió al coche de su tío, se colocó el cinturón de seguridad y condujo por la avenida principal para llegar a casa.
—¿Quién diablos era esa niña y qué hacía sola en el cementerio? —se preguntó Sage para sus adentros, mientras atravesaba la avenida principal, zona en la que se encontraba la estatua de un inquietante cuervo.
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